¿Quién era Carmen Gil?

Todos los que la conocieron tienen en su recuerdo algún episodio de crueldad del que ella era protagonista: desde ácidos comentarios a su hijo discapacitado hasta la sensación de terror recordando cuando cogía a sus hijos por el pelo y estrellaba la cabeza de uno contra la del otro, como si fuesen platillos de una orquesta. En cambio, nunca le vieron una lágrima. Ni una sonrisa. Ella siempre decía: “eu río cando o demo chora”. Y añadía con un gesto de la mano: “e xa vedes cánto chora o demo”.

Seguramente, Carmen sabía de lo que hablaba, porque había tenido una vida cara a cara con el demonio: vendedora de pescado desde muy niña, maltratada por sus padres, se quedó embarazada con 14 años. Cuando consiguió que aquel muchacho le “cubriese la honra” casándose con ella, su hijo, que no logró llegar al año, murió. Poco después, murió su marido y Carmen se quedó –a sus 16 años- sola, viuda, y con una pequeña tumba infantil a la que llevar flores.

Ahí apareció Ismael, el hombre de su derecha. Enamorado de ella desde que eran dos mocosos del barrio de Sar, creyó morir cuando se enteró que se había quedado embarazada de uno de sus mejores amigos. Y, quién sabe, quizás sonrió cuando éste murió y tuvo su oportunidad. La oportunidad de hacer suya aquella indómita mujer por la que sentía una pasión que supera toda comprensión. Una vez, un vecino del barrio, ya anciano, le confeso a una de sus hijas: “nunca vin un home que amase tanto a unha muller coma Ismael a Carmen. Tiña unha pasión por ela que metía medo. E mira que ela (Dios me perdone) era mala coma a peste”.

Mala como era, Ismael abandonó todo por ella: la casa paterna y los amigos. Y se embarcó en una aventura de matrimonio y trece hijos (algunos muertos aún niños) de celos y de perdón infinito a todo lo que ella hacía.

Así transcurrió la vida de Carmen: odiada por casi todos y admirada por su fortaleza y por el amor que le profesaba su Ismael. Muerto ya éste, languideció hasta encamar. La mayoría de sus hijos no quisieron hacerse cargo de ella y hubo de ser cuidada por su nieta (la sonriente niña de la foto), apenas una adolescente. Ésta, la pobre Cleo, pidió ayuda a sus tíos, sin éxito. Un día, la mayor de las hijas de Carmen le dijo: “non sei para que a coidas tanto, co mala que é. Se por min fose, tirábaa na corte dos cochos”. Carmen, casi agonizante, respondió: “fas ben, miña filla, pero mira que ti tamén vas a acabar nun cortello”. Y así sucedió, décadas más tarde. Porque Carmen, aparte de mala, era medio bruja y era capaz de olfatear el mal con tanta precisión como sabiduría tenía a la hora de curar todos los males con hierbas y ungüentos.

Es muy fácil juzgar a la gente y difícil vivir sus vidas, así que me quedo con esta foto suya, en la que, contra todo pronóstico, está sonriendo. No sé si porque era la primera vez que le hacían una fotografía y quería enseñar a un mundo futuro y mejor que el suyo que no había sido tan mala, o porque tenía a su lado a Ismael, con su amor capaz de hacer llorar al demonio…

Carmen Gil (Rianxo, A Coruña), año 1955. Enviado por: Jose Ramos (A Coruña).