De cartas, manuscritos y postales de las Amazonas

Hubo un tiempo en el que entre amigos – e incluso entre pen pals de otras ciudades o países – intercambiábamos confidencias caligrafiadas en hermosas, y, dependiendo del mensaje, perfumadas cuartillas.

La correspondencia era (por fortuna sigue siendo para una modesta comunidad de usuarios) un ritual pausado, ceremonioso y muy, muy, gratificante: escoger el tipo de papel (color, gramaje, textura…), disponer de los útiles necesarios (estilográficas o bolígrafos con tintas tornasoladas, abrecartas, sellos de diversos valores, etc.) y lo más extraordinario – y difícil – de todo el proceso, convocar a la creatividad, ya fuera tanto para manuscribir el cuerpo del documento como para decorar ese pequeño lienzo artístico llamado sobre.

¿Y qué me dices de aquel mágico instante en el que llegabas a casa, abrías el buzón y hallabas una de esas grandiosas obras cuyo remitente, en el mejor de los casos, embolsaba alguna sorpresa en su interior? ¡Ay! ¡No me digas que no se añora este medio de comunicación!

Pero hubo otra época, un poquito más apartada en el tiempo, en la que una carta podía interpretarse como un extenso capítulo de alguna significativa historia entre su emisor y su receptor. Una historia que articulaba, lenta, muy lentamente, las entrañas de lo que parecía ser una novela íntima trazada a dos manos; primero una, después, tras cruzar un infinito océano, la otra. Una novela que, con suerte, culminaba y se archivaba en un cuaderno de memorias si se conseguía compilar el correo manuscrito generado por ambos narradores tras el paso de los años.

¿Cuántas palabras habrán sido entregadas a esas aguas para llegar a una y otra mano?

En El Álbum de las Amazonas queremos inducirte a que rescates esa maletita con estampado setentero henchida de misivas amorosas. También a que abras el antiguo cofre sin llave que retiene viajes en formato postal que partían desde un veraniego Torremolinos a una Nueva York tiznada de nieve. Y que, además, curiosees la bonita caja aterciopelada cuyo interior no sólo atesora amarillentas cartas anudadas con lazo, sino que también da cabida a todas aquellas fotografías que reforzaban e ilustraban el texto escrito.

Y si encuentras alguna valiosa frase de tu Amazona mientras ojeas – como quien no quiere la cosa – su antigua correspondencia, te invitamos a que la compartas en nuestro álbum junto a su historia y, como no, sus fotografías de antaño.

Está de sobra decir que aquí somos muy curiosos 🙂

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